viernes, 9 de noviembre de 2012

¡Sorpréndeme!




De verdad que escribir un blog sobre lo que a uno le provoque es un buen ejercicio de catarsis. No sé si me estaré purificando de alguna manera pero me ha servido para clarificar ideas, conocerme mejor y afianzar un poco más los pies en la tierra. Este artículo es sobre esto: una meditación sobre un hecho trivial al que estoy ligado de alguna manera (y que a otros no les pasa).

Les explico.

En estos días vi (por enésima vez) Ratatouille (Ratatouille - 2007 http://www.imdb.com/title/tt0382932), la película de la rata cocinera de Disney. Había algo en el film que me hacía verlo cada vez que se presentaba la oportunidad. Sin ponerle mucho coco pensé que la razón estaba en que hay un giro en la película que lo hace atractiva: al principio versa sobre el secreto de quién es verdaderamente Linguini pero, una vez que se resuelve esta trama, están los forcejeos morales a los que están expuestos Remy, Linguini y Anton Ego. Es como ver dos películas. Una luego de otra.

Después me di cuenta que en realidad no era esto. Que lo que me atrapaba realmente era el final: la transformación de Anton Ego, el crítico.




Anton Ego era un personaje amargado, encerrado y atrapado en su propia fama. Totalmente cómodo en la posición que se había ganado en buena lid, hace mucho años. Anton Ego era la imagen de lo que se suponía era un experto, la máxima autoridad en cuanto a crítica gastronómica se refiere. Pero aparecen en su vida un hombre y una rata que sacudieron sus cimientos y derrumbaron sus prejuicios, ofreciéndole una flexibilidad de pensamiento que lo libera de la cárcel de sus ideas. Después de mucho años logra recuperar algo que había perdido hace mucho: la capacidad de asombro.

El asombro es un fluido vital que nos manteniene. Las cosas que nos asombran siempre las recordamos. Quedan grabadas en nuestro cerebro de forma bien firme. Aún recuerdo cuando de niño con mi papá fui a recoger caracoles en una pequeña formación rocosa bañada por las olas de playa Terminal, en Pampatar, Isla de Margarita. Me sorprendió lo grande de un caracol que encontró, casi del tamaño de un puño. Cómo nos quedamos quietos con él en la mano para que saliera, con su cuerpo baboso y serpenteante de su concha. Recuerdo la actitud emocionada de mi papá, mostrándome semejante tesoro (gracias a esto creo que no me dan asco los caracoles y hasta me gusta sentirlos caminando sobre mi mano). Recuerdo el calor del sol. Recuerdo el ruido de las olas rompiendo contra las rocas. Recuerdo el ruido de fondo de otros niños jugando en la playa. Piénsenlo. Seguro Uds. también tienen historias que recuerdan especialmente. Seguro estuvo ligado a ése momento el elemento de la sorpresa.

El asombro nos permite aprender, nos permite crecer.

El asombro fue lo que le permitió a Anton Ego escribir una magnífica reseña que luego le costó el trabajo, pero le permitió continuar con una vida más digna y emocionante de la que pudo haber llevado. Me encanta la escena final cuando Linguini le pregunta qué postre le gustaría le sirviera y Anton se voltea con una sonrisa y mirando a Remy le responde: "Sorpréndeme"

Acá tienen el video de la crítica de Anton y la escena final. Una verdadera joya para mí.




¡Que Dios nos permita siempre seguir teniendo esa alma de niño que se emociona con un regalo, con un nuevo descubrimiento, con un nuevo logro! 

¡Que no dejemos de sorprendernos!

4 comentarios:

  1. Hola. En lo particular me gusta mucho esta película y la reseña que haces de la misma. Lo que creo es que deberías tener un blog especializado en este tema, críticas cinematográficas. No importa que no escribas a diario, pero encuentro super interesante poder hallar críticas de películas en un blog y compartir comentarios al respecto. Gracias.

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  2. Con solo escuchar esa palabra, llega de manera instantánea la escena ... Y coincido contigo ... Es la mejor parte de la película ... Saludos ...

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  3. Es verdad la palabra SORPRENDEME ha quedado inevitablemente ligada en mi mente a esa escena. Muy buena reseña.

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